Ese momento que tanto temo está muy cerca, lo presiento, como la acorralada presa que siente en el cuello el aliento de la muerte. Trato de mirar hacia otro lado, ignorar ese desenlace, pero en mi interior se que no hay nada que hacer. El destino está escrito y, una vez más, no seré yo el vencedor de esta batalla. Quizá debería haberme acostumbrado ya al fracaso, pero da igual cuanto lo intente, cada vez duele más que la anterior.
Y tengo miedo, el miedo de aquél que sabe que caerá pero no sabe ni cómo ni cuándo, sufriendo en cada momento hasta que su caída se consuma. Así me siento, temeroso de cada encuentro, cada palabra , cada gesto, pues siempre temo que esa toma de contacto sea la definitiva, la que firme mi desgracia, la que confirme mi caída.