lunes, 14 de abril de 2014

La tormenta

Todo se precipita. En esta aparente calma puedo sentir cómo se aproximan los vientos de tormenta. El cielo comienza a oscurecerse, las nubes cubren el horizonte y la luz se va apagando lentamente. Aún no se ha marchado la paz, mas sé que lo hará pronto. El miedo me domina, pues sé que en cualquier momento estallará la tempestad, y precisamente el no saber cuándo será es lo que más me perturba.

Sigo caminando, intentando no mirar atrás, pretendiendo olvidar que se acerca la catástrofe. Pero, en el fondo, soy incapaz de hacer oídos sordos , soy incapaz de ignorar aquello que me rodea. Miro hacia delante, prometiéndome mirar tan sólo el camino que debo seguir, pero más pronto que tarde miro de reojo al cielo, pues temo demasiado al temporal como para poder abstraerme por completo.

Pasa el tiempo, y me torturo pensando en lo que se aproxima. Esas malditas nubes, a punto de estallar, a punto de dejar caer toda su furia sobre mí, parecen divertirse haciéndome esperar.

No sé el cómo ni el cuándo, y eso me destroza. Fugaces imágenes de aquello que vendrá alimentan mi locura, cada vez temiendo más el final. Desesperado, clamo a los cielos que estalle la tormenta, que acabe mi obsesión, pues sólo entonces podré alcanzar la paz…

Ensimismado, me pregunto: “¿Y si no ocurre nada? ¿Y si las nubes, como han venido, se van?” Quizá me he excedido en mis pensamientos, tal vez mi imaginación me ha jugado una mala pasada.

Yo no sé qué ocurrirá finalmente, sólo queda que el tiempo pase y acabe llegando el desenlace, dulce o cruel. Tan sólo ruego que se dé prisa en llegar…

¡Que el tiempo se apiade de mí!


No hay comentarios:

Publicar un comentario