sábado, 30 de junio de 2012

Soldado

Tambor de guerra, con furioso golpear marcas el ritmo de mis latidos. En la melodía que envuelve el aire me pierdo, pensando que tal vez nunca hubo una guerra en la que luchar, que quizá nuestra mente nos jugó una mala pasada. Fiel soldado dispuesto a morir, vuelve a casa, pues la batalla nunca existió. Abandona el asalto a ese corazón, pues sus murallas jamás unos ojos pudieron derribar.

Pobre soldado, que confiabas en la victoria y nunca te diste cuenta que no hubo ocasión alguna de alzar tu bandera sobre terreno enemigo. Tu mayor vergüenza es no haber podido usar tu espada, y vuelvas a casa con la impotencia del que jamás tuvo ni voz ni voto. Tu alma está sedienta, tus ansias rebosan el vaso de la cordura, haciendo de equilibrista sobre el vacío de la rendición. No puedes calmar tu rabia y tu mirada destila melancolía, mirando por la ventana cómo el plácido otoño empieza a cubrir con sus hojas los sueños de primavera.

Te empiezas a hacer a la idea. Aceptas con resignación que jamás podrás penetrar esa defensa de acero. Pero, en el fondo de tu alma, la llama de la fe jamás se consume del todo, y sigues soñando en el día en el que tomes esa fortaleza. Es tu naturaleza, y no puedes evitarlo, así que sólo el tiempo dirá si caerá a tus pies ese tesoro que tanto ansias, o si te hundes en el más mísero de los olvidos…

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